jueves, 8 de marzo de 2018

Rescatando a Alia

     — Alia...
     Era ella, efectivamente. Sus carceleros habían conseguido acallar sus gritos al fin y ahora yacía de costado con los ojos cerrados y el pelo revuelto sobre la cara, respirando con dificultad. Tenía las manos atadas a la espalda.
      ¡Alia! repitió Teno.
     Lentamente la niña abrió los ojos.
      ¡Teno! sollozó. ¡Espia! ¡Furo!
      Y un bichito peludo, que te espera abajo. ¡Hemos venido a rescatarte! exclamó Furo, orgulloso.
      ¡Oh, amigos! dijo la niña con un hilo de voz.
      Estamos aquí Teno la cogió dulcemente y la abrazó. Estamos aquí.



     De repente, en medio del rumor de la lucha que se iba apagando por momentos, les sobresaltó un estruendo que parecía venir de debajo mismo de donde se hallaban.


     Se asomaron a la puerta de la cabaña. A sus pies vieron uno de aquellos jinetes guerreros cuya montura se arrastraba agonizante, acosado por una turba furiosa de hombres hormiga. Era evidente que se había quedado aislado del resto de sus compañeros y que trataba de ganar la entrada del túnel que se abría muy cerca de allí para huir. Desmontó, abandonando a su lagarto moribundo, y corrió hacia el pasadizo mientras intentaba repeler a sus enemigos. En vano. Un gran número de ellos, como una marea pálida y fría, se lanzó sobre el desdichado, pinchando, cortando, mordiendo, destrozando su armadura y devorándolo vivo, mientras el guerrero aullaba desgarradoramente. Cuando al fin los hombres hormiga se alejaron dando gritos de triunfo, sólo quedaban de él unos pocos restos sanguinolentos. Los verdes, fascinados por aquella brutalidad, aguantaban la respiración.


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