No había vuelto a ver a nadie del
décimo curso del año anterior. Se acordaba ahora de un chico muy guapo, Poto,
que le hacía tilín. ¿Qué estaría haciendo? Y sobre todo, ¿dónde? Porque no
había visto a ningún chico o chica mayor que ellos ni en las vacaciones en
Nortea, ni viajando por Antartia con sus padres. Aquel detalle, en el que hasta
entonces no había reparado, le parecía ahora de lo más raro. Por no decir
inquietante.
¡Bumba!
— Pero, ¿qué haces, Alia? ¿Dónde
tienes la cabeza?
Furo se reía a su lado montado en
su tabla, mientras Teno trataba de ayudarla a levantarse. Ella se había caído
después de hacer un ocho y medio pensando en las musarañas.
Salió del agua y volvió a
tumbarse, mientras Furo y Teno se sentaban a su lado. Espia llegó corriendo y derrapó
sobre la arena.
— ¡Hey, hey! —protestaron ellos.
— ¡Alia, ven a bañarte! —la animó
su amiga sin hacer caso de los chicos.
— Ya me he bañado —respondió la
niña.
— Es lo único que ha hecho.
¡Bañarse! —rió Furo, sacudiendo la cabeza para quitarse los granos de arena del
pelo—. Ha estado más tiempo dentro que fuera del agua.
— ¿En qué piensas? —le preguntó
Teno.
— Pues... no sé. En el futuro.
— ¿El futuro? —bufó Furo—. A
ver... Sí. Yo, de mayor, voy a ser... ¡No tengo ni idea!
— Yo diseñaré carros más ligeros
y más cómodos —afirmó Teno, orgulloso.
— A mi me gustaría trabajar en el
Instituto, estudiando el cuerpo humano —dijo Espia con convicción—. ¿Y tú,
Alia? Ya sé: ¡Serás botánica como tus padres, seguro! ¡O arquitecta!
— ¿Botánica? ¿O arquitecta?
Siempre que hablo de eso con mis padres cambian de conversación, como si no les
importara lo que voy a hacer de mayor.
— A mí me pasa lo mismo
—reconoció Espia.
— ¿Es raro, verdad? Pero no es
eso a lo que me refiero —siguió Alia—. ¿Alguno de vosotros...? ¿Habéis visto a
alguno de los de décimo?
— ¿Quieres decir a los azules o a
los blancos? —preguntó Furo, perplejo, mirando en todas direcciones.
— ¡Quiero decir a los de los años
anteriores! ¿Os habéis encontrado con alguno de ellos durante las vacaciones?
Espia, Furo y Teno negaron con la
cabeza.
— ¿Dónde pueden estar? —volvió a
preguntar Alia.
— Una vez oí a mis padres que
decían algo sobre eso —contó Teno—. Creo que hablaban de Los Páramos.
— ¡Claro! —saltó Furo—. Seguro
que están allí, en algún internado. Como por allí nunca va nadie, por eso no
los hemos visto.
— A lo mejor están con los asana
—dijo una voz tras ellos.
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