Pelle no había vuelto a ver
aquellas imágenes y de nuevo se sintió angustiada, como la primera vez. Recordó
como las lágrimas habían acudido entonces a sus ojos, sin poder evitarlo, igual
que les había ocurrido a tantos otros en la comunidad de los puros. Ahora sólo
eran un recuerdo... pero en aquel tiempo habían tenido la frescura de una
noticia.
Una increíble noticia.
En la pantalla una mujer hablaba desde
la cumbre de una montaña, y mientras lo hacía reía y lloraba a la vez, daba
saltitos y corría o se quedaba totalmente quieta con los ojos cerrados,
sintiendo... La mujer era Tálibe, la responsable del OMA, el Observatorio
Meteorológico de Antartia, desde donde retransmitía la noticia. El OMA se alzaba
sobre La Cara de la Noche, una montaña de aspecto fantasmagórico situada en la
frontera con Meridone, muy cerca del centro geográfico de Antartia. En las
noches de luna llena, contemplada desde la distancia, su vertiente norte
parecía la cara de un gigante brillando en medio de la oscuridad.
— ¡Como podéis ver está nevando!
—chillaba la doctora Tálibe—. Sí, amigos, esto... —se agachó, acarició el suelo
y volvió a levantarse con las manos llenas de polvillo blanco—, esto son copos,
copos de nieve... ¡ES NIEVE! En estos momentos está nevando en la cima de La
Cara de la Noche, cuando son... casi las tres de la tarde del día veintinueve
de Junio de 4.821. ¿No es maravilloso?
La imagen mostraba una fina capa blanca
que cubría las rocas, las matas, la hierba... Detrás de la doctora, surgiendo
en medio de las tinieblas, se veían los tejados del OMA cubiertos de pequeñas
estrellas blancas. La nieve caía sobre el cuerpo desnudo de Tálibe y uno podía
meterse en la escena, alargar la mano y sentir, como ella, el dulce pinchazo
frío de los pequeños copos que caían del cielo negro. Era tan real como estar
allí. En el Anfiteatro Mesele extendió los brazos y levantó la cara para
recibir en su rostro la caricia húmeda de los copos.
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