Aquella noche Alia no se podía
dormir. Por la tarde les habían extraído la esencia por primera vez en su vida,
y a ella le había parecido algo muy misterioso, porque no les habían explicado
por qué ni para qué. Sólo que ya lo sabrían más adelante. O tal vez fuera la
excitación ante la fiesta que les aguardaba al día siguiente, y que también
hacía dar vueltas en la cama a algunos de sus compañeros.
— Espia, ¿estás dormida?
— Mmmmmm?
— Que si estás dormida.
— Mmmmmm.
— ¿Quieres salir al porche
conmigo?
— ......
— Vale, vaale.
Alia se levantó y salió afuera:
el cielo estaba despejado y lleno de claridad, en los primeros días del verano
austral. El sol no se pondría de nuevo hasta principios de febrero pero su luz,
a estas horas de la noche, era aún baja y oblicua, como en un atardecer. Se
sentó en el borde del porche, con las piernas colgando entre los barrotes de la
barandilla y la barbilla apoyada en el pasamanos. La barandilla se les había
quedado pequeña a los de décimo. En su cabeza, un pensamiento llevó a otro.
¿Qué estarían haciendo los de décimo del curso pasado?
Definitivamente el Universo le
daba miedo. No, no era posible que los de décimo estuvieran en el espacio. ¡Ni
tampoco en Asanion! Seguro que seguían estudiando en algún lugar de Los
Páramos, como había dicho Teno. En Antartia.
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