Un hombrecillo de extraño aspecto
salió a recibirles a la puerta del hangar.
— ¡Hola, amiguitos! ¡Je, je, je!
¡Bienvenidos al Arca!
— ¡Hola, Tiemus! —Pelle le
devolvió el saludo—. Aquí nos tienes de nuevo, como cada año. Tiemus es el
piloto del Arca, chicos.
— ¡Adelante, adelante!
¡Bienvenidos! ¡Je, je, je, je, je!
Tiemus se apartó y dejó que las
profesoras y los niños entraran en el hangar.
¡El Arca! Los niños prorrumpieron en un sonoro “¡Oooh!” y se quedaron
extasiados contemplándola. Hasta las profesoras, que la habían visitado decenas
de veces, la miraban fascinadas. No era solamente lo asombroso de sus
proporciones, su brillo o su forma sino, sobre todo, el halo de esperanza que
desprendía. Algún día no muy lejano, en aquella nave, se marcharían para
siempre de su planeta moribundo.
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