Los chicos se colocaron de
espaldas al mar mirando a la Escuela, que resplandecía iluminada por el sol de
la mañana, para grabar así en sus jóvenes corazones de dónde salían y a dónde
tenían que volver. Pelle se situó frente a ellos, flanqueada por todos los
adultos. Y allí estaban los niños puros, la nueva expedición de la Escuela del
Mar: los azules, con Malo y Deno un poco más adelantados, y las chicas, Valia,
Leia, Teria, Sosia y Resia; los blancos: Dulia, Astia, Felia, Equia, Velo, Juto
y Caro; y los verdes: Teno, Furo, Espia, Coro, Vitia y Audo.Con Quito. Sin
Alia.
— ¡Alumnos de décimo de la
Escuela del Mar! —proclamó Pelle, levantando la voz sobre el rumor de las olas.
Entonces repitió las palabras que había pronunciado en el Gran Comedor el día
de la clausura del curso—: ¡Sois nuestro futuro y nuestra esperanza! ¡Durante
todos estos años os hemos educado como si fuerais nuestros propios hijos,
aquellos que nunca hemos tenido! ¡Los que tal vez podamos tener en un mundo
nuevo si conseguís encontrar y traer La Planta!
Ahora todo era silencio. El
momento era demasiado solemne para decir nada. Todos podían comprender la
enorme responsabilidad que recaía sobre los niños.
— ¡Alumnos de décimo! —exclamó
Pelle otra vez. Entonces se le quebró la voz—. Nuestros niños. Os hemos
enseñado todo lo que sabemos y ahora os enviamos a esta gran odisea. Recordad:
el ser humano no nació para existir, nació para vivir. No habríais nacido sin
este objetivo y yo os prometo que viviréis para conocer un nuevo hogar, en un
mundo nuevo. ¡Alumnos de la Escuela del Mar: no nos olvidéis! ¡Nosotras no os
olvidaremos jamás!
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