— ¿Habéis encontrado a Deno?
—preguntaron las chicas.
— Ha subido a la Ciudad Alta. Nos
ha costado un poco que alguien nos lo dijera.
— ¿Y para qué ha ido a la Ciudad
Alta?
— No para qué, Leia, sino por
qué. Parece que algunos soldados asana le han invitado amablemente a acompañarles.
— ¿Y Deno se ha ido con ellos,
abandonando el trivi? —se extrañó Sosia—. No lo entiendo.
— “Amablemente”... ¿Lo entiendes
ahora? —le contestó Malo—. ¡Vamos a por él! Estos asana se han vuelto muy
atrevidos. Habrá que enseñarles que con los azules no se juega. Compañeras,
gritad conmigo: ¡Invencibles!
— ¡Invencibles! —repitieron todas
mientras transformaban rápidamente el trivehículo, preparándolo para el vuelo.
Despegaron. Más arriba el paisaje
se abrió de pronto. Una gran llanura se extendía hacia el norte, bañada por la
luz declinante de uno de los últimos días del verano austral. El río Escondido
surcaba la llanura, y los campos cultivados se extendían en una ancha franja
verde a ambos lados. Una red de canales repartía el agua por los campos, hasta
el límite mismo del desierto.
El camino que subía desde la
Ciudad Baja seguía la orilla del río repleto de carros, animales y gente, como
una serpiente en movimiento, dibujando la ruta que llevaba hasta la Ciudad
Alta. Cuando llegaron sobre la vertical de las puertas de la ciudad una luna
joven y pálida despuntaba por el este.
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