En su escondite, Malo se revolvió
inquieto.
— ¿Pero qué está contando Deno?
¿Qué historia es esa de porteadores que viajan a Antartia? Ese cretino me va a
tener que responder a muchas preguntas.
La reina Serevinasu se encaró con
Deno.
— ¿Eso te han dicho? No,
muchacho. Mis asana no han vuelto jamás de tu país. Ni uno sólo. ¿Y sabes por
qué?
— No —contestó Deno cada vez más
desconcertado.
— Porque los habéis matado.
Por eso.
— ¡Eh, un momento! —gritó Deno,
harto ya de todo aquello. No tendría que haber aceptado acompañar a los
soldados cuando le encontraron en la Ciudad Baja. Pero le habían dicho que no
tenía nada que temer. ¡Ella se lo había asegurado! Estaba muy enfadado. Volvió
a hablar en lengua asana—: ¡Eso es mentira! ¡En Antartia no matamos a nadie!
¡Nosotros no hacemos eso!
La reina volvió a caminar
alrededor de Deno. Cuando se encontraba tras él, un sirviente le acercó una
copa y depositó un pequeño objeto en su otra mano. La reina guardó el objeto
entre los pliegues de su vestido.
— Está bien, muchacho, está bien —dijo la reina
situándose de nuevo frente a Deno—. Te creo. Ten, bebe.
— ¿¡Cómo!?
— Bebe conmigo y sigue tu camino.
Espera. —La reina hizo una seña y otro sirviente le entregó otra copa—. Brindemos
por tu misión.
Deno observó con recelo la copa
que le ofrecía la reina. Luego se encogió de hombros y la asió con ambas manos.
La mujer bebió un sorbo rápido de su copa. Entonces, Deno alzó la suya sin
dejar de mirar a la reina.
— ¡Nooo! —casi chilló Valia,
levantándose y asomándose por encima de la balaustrada. Abajo, por suerte, todos
estaban concentrados en la escena y nadie se percató de su presencia.
Deno estaba a punto de llevarse
la copa a los labios para beber cuando, en un movimiento inesperado, la reina
sacó un pequeño puñal y se lo clavó en el vientre. El chico, paralizado por la
sorpresa, bajó la copa.
Miró a la reina, que se retiraba
con el puñal en la mano.
— ¡Pero, ¿qué pasa?! —exclamó, y
empezó a reír.
Rió sin poderse contener, con una
risa nerviosa que delataba el miedo que tenía. No había sentido dolor, claro,
pero no entendía nada de lo que estaba pasando. Y no le gustaba. Se dio la
vuelta y caminó hacia la puerta del Gran Salón. Se detuvo con la mano en el
picaporte y miró a la reina.
— Señora, con vuestro permiso,
ahora me voy a marchar. Os he ofrecido todas las explicaciones que me habéis
pedido, hemos brindado y ahora debo deciros adiós.
Hizo una reverencia y se dispuso
a salir. Dos guardianes avanzaron hacia él, pero la reina les contuvo con un
gesto. Deno abrió la puerta y se quedó quieto. La copa resbaló de su mano,
derramando su contenido. Sorprendido, se llevó las manos al vientre, dio un
traspiés y cayó al suelo. Una exclamación de triunfo recorrió la estancia.
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