miércoles, 26 de abril de 2017

Muerte de un niño puro

En su escondite, Malo se revolvió inquieto.
— ¿Pero qué está contando Deno? ¿Qué historia es esa de porteadores que viajan a Antartia? Ese cretino me va a tener que responder a muchas preguntas.
La reina Serevinasu se encaró con Deno.
— ¿Eso te han dicho? No, muchacho. Mis asana no han vuelto jamás de tu país. Ni uno sólo. ¿Y sabes por qué?
— No —contestó Deno cada vez más desconcertado.
Porque los habéis matado. Por eso.
— ¡Eh, un momento! —gritó Deno, harto ya de todo aquello. No tendría que haber aceptado acompañar a los soldados cuando le encontraron en la Ciudad Baja. Pero le habían dicho que no tenía nada que temer. ¡Ella se lo había asegurado! Estaba muy enfadado. Volvió a hablar en lengua asana—: ¡Eso es mentira! ¡En Antartia no matamos a nadie! ¡Nosotros no hacemos eso!
La reina volvió a caminar alrededor de Deno. Cuando se encontraba tras él, un sirviente le acercó una copa y depositó un pequeño objeto en su otra mano. La reina guardó el objeto entre los pliegues de su vestido.
— Está bien, muchacho, está bien —dijo la reina situándose de nuevo frente a Deno—. Te creo. Ten, bebe.
— ¿¡Cómo!?
— Bebe conmigo y sigue tu camino. Espera. —La reina hizo una seña y otro sirviente le entregó otra copa. Brindemos por tu misión.

Deno observó con recelo la copa que le ofrecía la reina. Luego se encogió de hombros y la asió con ambas manos. La mujer bebió un sorbo rápido de su copa. Entonces, Deno alzó la suya sin dejar de mirar a la reina.





















— ¡Nooo! —casi chilló Valia, levantándose y asomándose por encima de la balaustrada. Abajo, por suerte, todos estaban concentrados en la escena y nadie se percató de su presencia.
Deno estaba a punto de llevarse la copa a los labios para beber cuando, en un movimiento inesperado, la reina sacó un pequeño puñal y se lo clavó en el vientre. El chico, paralizado por la sorpresa, bajó la copa.
Miró a la reina, que se retiraba con el puñal en la mano.
— ¡Pero, ¿qué pasa?! —exclamó, y empezó a reír.
Rió sin poderse contener, con una risa nerviosa que delataba el miedo que tenía. No había sentido dolor, claro, pero no entendía nada de lo que estaba pasando. Y no le gustaba. Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta del Gran Salón. Se detuvo con la mano en el picaporte y miró a la reina.
Señora, con vuestro permiso, ahora me voy a marchar. Os he ofrecido todas las explicaciones que me habéis pedido, hemos brindado y ahora debo deciros adiós.
Hizo una reverencia y se dispuso a salir. Dos guardianes avanzaron hacia él, pero la reina les contuvo con un gesto. Deno abrió la puerta y se quedó quieto. La copa resbaló de su mano, derramando su contenido. Sorprendido, se llevó las manos al vientre, dio un traspiés y cayó al suelo. Una exclamación de triunfo recorrió la estancia.

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