Alia gritó una orden y Veloz se
detuvo. ¡Qué fantástico era vivir! Eso les daba la razón a sus padres. Claro
que a lo mejor ahora pensaba así porque se había salvado, gracias a aquella
extraña... ¿enfermedad? Mientras que sus compañeros... Se los imaginó,
adentrándose más y más en el desierto de Asanion, solos. ¡Le hubiera gustado
tanto ir con ellos! Les animó mentalmente: “¡Fuerte y suerte!”. Tenían que
encontrar La Planta ya, para poder dejar la Tierra y buscar un mundo nuevo en
el que emprender una vida nueva. Ellos también se merecían disfrutar del don de
la vida. ¿Cómo podría ella ayudarles, hacer algo...? Apretó la rodilla derecha
sobre el flanco de Veloz, instándole a dar media vuelta y regresar.
El caballo no reconoció la orden
y se lanzó hacia delante con un trote corto, hasta que Alia le hizo girar con
otra orden.
Y entonces lo vio.
Había un bulto sobre la arena,
donde rompían las olas. Veloz se acercó al paso y desde lo alto del caballo
Alia vio un desordenado rebujo de trapos, y un poco apartado de ellos un sombrero extravagante. Bajó del caballo de un salto y se
agachó. Separó los trapos y apareció la cabeza mojada y sucia de sal y arena de
un hombre barbudo. ¡Un desconocido! ¡Un no puro!
Se apartó de un brinco y cogió
las riendas de Veloz. Su instinto le ordenaba que saliera corriendo pero... Se
aproximó al extraño, cautelosamente. ¿Viviría aún? Se arrodilló y lo contempló
con una mezcla de temor y ansiedad. No podía abandonarlo a su suerte.
Lentamente, con mucho cuidado, Alia le impuso sus manos, una sobre la cabeza y
la otra sobre el pecho, como le habían enseñado en la Escuela para el caso de
tener que socorrer a un compañero herido. Y entornando los párpados se
concentró y le envió un efluvio de aura vital. A los pocos segundos el hombre
tosió, echó algo de agua por la boca entreabierta y abrió los ojos. Alia dio un
respingo y se puso en pie. El enorme poder del aura era maravilloso.
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