— ¡Estoy harto! —se quejaba
Coro—. ¡Y no hemos hecho más que empezar! Podemos pasarnos así... ¡otros siete
u ocho meses! Tendríamos que estar buscando La Planta cerca del mar, como los
blancos y los azules. ¡Menuda pérdida de tiempo!
— Yo estoy más preocupada cada
día que pasa.
— ¿No es verdad? Yo también,
Vitia. No hago más que pensar en lo bien que se lo deben estar pasando Malo,
Deno, Juto y los otros. ¡Mira al listo de Quito!
— Yo no estoy preocupada por eso.
A mí me preocupa lo que dijeron los hombres negros.
— ¿Lo que dijeron los hombres
negros...? Vitia, ¿qué es lo que dijeron?
— ¡Coro! ¡Cada día estás peor!
¡Lo de la invasión de Antartia!
— ¡Ah, eso! ¿No era una tontería
sin importancia?
— ¿Y si no era una tontería?
— ¿Qué quieres decir?
— Coro, los hombres negros
parecían saber muy bien lo que decían. Y los asana estaban construyendo un
montón de barcos, ¿no te acuerdas? Tendríamos que haber vuelto enseguida a
Antartia, para prevenirles. O al menos tendríamos que haber investigado si lo
que contaban era cierto.
— ¿Cómo iba a ser cierto?
— ¿Y si lo era?
Se quedaron callados, pensando.
Para mantenerse cerca del suelo utilizaban el motor solar. Su zumbido era prácticamente
el único sonido que se escuchaba. No había viento que moviera las velas, ni
ningún otro sonido. De pronto, el ruido del motor se hizo más grave.
— Voy abajo a ver —dijo Coro—. El
motor vuelve a fallar. ¡Encima nos dieron el peor trivi de todos!
Coro se inclinó sobre el motor
con cara de preocupación. Entre el ruido se podía oír a la niña, que no hacía
más que quejarse cada vez más nerviosa.
— ¡Hace rato que no veo a nadie!
—chilló Vitia—. Oye, ¿tú ves a alguien?
— ¡Cómo voy a ver a alguien si
estoy aquí abajo!
“¡No están!”. Coro apretó una
tuerca. “¿Dónde se habrán metido?”, decía la niña.
— ¡Habrá que aterrizar y avisar a
Teno, que le eche un vistazo a este motor! —gritó el muchacho.
Notó que el trivehículo se
balanceaba.
— Vitia, ¿estás bajando a buscar
a Teno? —volvió a gritar.
La nave parecía moverse en otra
dirección. Coro subió a la cubierta. El trivehículo volaba hacia el sur en
línea recta. Miró alrededor, sin comprender.
— Vitia. ¿Qué pasa?
— ...
— ¡Vitia! —el chico entró en la
cabina—. ¿Qué pasa? ¿Qué haces?
La niña aferraba el timón con las
dos manos. Tenía la mirada extraviada.
— No están. Han desaparecido. Nos
vamos, Coro. Volvemos a casa.
— Pero ¿qué dices? ¿Te has vuelto
loca?
— Tengo miedo. El trivi se está
estropeando, nos dejará tirados aquí, en medio de la nada. Y los asana... Los
otros no quieren venir, ¿no? ¿No te das cuenta? Sólo tú y yo sabemos lo que es
importante y lo que no. Estoy harta de que Teno y Espia nos manden. Y Furo, lo
que diga Espia.
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