miércoles, 12 de julio de 2017

El enviado de Su Señoría


No muy lejos de allí, en una playa solitaria, alguien se preparaba también para una despedida. Una figura ataviada con una larga capa negra y una máscara blanca que le cubría el rostro, coronó la gran duna de arena que cerraba uno de los lados de una amplia bahía rodeada por un cinturón de vegetación. Detrás de ella ascendía una sombra oscura, una extraña estructura piramidal que parecía deslizarse sobre la arena sin esfuerzo. La figura negra contempló la espectacular bahía solitaria y la gran roca que la cerraba por el otro lado, tras la que acababa de aparecer el sol, gigante y rojo. Luego volvió su vista sobre el mar, hacia el horizonte.














En aquel momento Tiemus bajó del carro de un salto y subió corriendo por la gran duna. Las piernas se le hundían en la arena y la respiración le fallaba por el esfuerzo, pero no cejó en su empeño. Incluso aceleró el ritmo de las zancadas. Al fin llegó a lo alto, a tiempo para oír las últimas palabras que pronunciaba la figura negra.
¡Ve, ahora!
— Se... ñoría —dijo Tiemus, respirando con dificultad por el esfuerzo—. Veo que... ¡tchum, tchum! Veo que vos también habláis el lenguaje de las máquinas.
La figura se volvió, sorprendida por aquella aparición inesperada.
— ¡Tiemus! —su voz sonaba metálica, fría—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo...?
¡Omega! —llamó Tiemus. La sombra oscura que empezaba a descender hacia el mar detuvo su avance—. Señoría, ¿a dónde enviáis al robot?
— Tiemus, el robot tiene una misión.

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