— Alguien aquí —dijo el errante
sin volverse—. Yo noto. Presencia. No solos.
Alia se estremeció. Abrió los
ojos intentando ver entre las sombras cuando, de repente, una mano le tapó la
boca y un fuerte abrazo la inmovilizó por completo.
— ¿Quién es ese? —susurraron en
su oído.
Escuchó la pregunta y oyó la voz
que la pronunciaba, y la sorpresa y el miedo dieron paso a la alegría.
— ¡MAVO!
Su grito se estrelló contra la
mano que la amordazaba. Bluncan se volvió rápidamente, blandiendo su nueva arma.
— ¡Suelta niña tú! —rugió. A su
lado la perrita prorrumpió en agudos ladridos.
— ¡Quieto! —chilló Malo.
— ¡Su... éltame, Mavo! —dijo
Alia, articulando a duras penas las palabras. Malo aflojó su presa.
Alia se zafó del muchacho, se dio
la vuelta y saltó sobre él, abrazándole loca de contenta. El chico trastabilló
y cayó al suelo con la niña encima suyo.
— ¡MAVO, MAVO! ¡Menos mal! —Alia
se reía, histérica por los nervios que había pasado y feliz de hallar al fin a
uno de sus compañeros—. ¡Por fin os encontramos! —Se levantó de encima del
muchacho—. ¿Dónde están los otros? ¿Dónde están todos?
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