lunes, 4 de septiembre de 2017

¡Atacados!


— ¡Es increíble!
— ¿Verdad? Y sin embargo te aseguro que fue tan real como vosotros y como yo.
Callaron. El horror de lo que había ocurrido, de lo que habían vivido los azules y probablemente también los blancos, era demasiado indescriptible. De repente Alia rompió a llorar.
— ¿Por qué lloras? No hay que llorar, Alia —dijo el chico, a punto de llorar también.
— Es que... —hipó—. Pienso en las niñas y en... ¡Pobres!
— Sí...
— ¿Y qué hiciste luego? —preguntó Alia con un murmullo.
— Aguanté agarrado a la pared hasta que mis músculos y mis dedos dijeron basta. Caí al suelo y busqué los cuerpos de las compañeras. No los encontré, ni tampoco a Quito. Debieron desintegrarse también... Intenté poner en marcha el trivi, pero el robot había destruido el motor. Era el humo que había visto salir de la bodega. Así que, como pude, trepé por la pared otra vez y me refugié en una de las cuevas que hay allá arriba. Y allí he estado, escondido, hasta que he visto el resplandor de vuestra hoguera. Pensé que el robot había vuelto... ¡Y entonces te he visto a ti! —sonrió.
— ¿Crees que volverá? —preguntó la niña, mirando intranquila a su alrededor.
— No sé... No, creo que no volverá. Porque no sabe que estoy vivo.
— Mavo, no te comprendo.
— He tenido mucho tiempo para pensar, allá arriba. Toda la noche y todo el día. Y creo que el robot no me mató porque cree que ya me ha matado.
— ¿Cómo que ya te ha matado?


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