Todos se quedaron callados después de aquellas
palabras, con las que Emo, además, declaraba que se sentía un etéreo. La vida
en las Montañas de la Suerte parecía poco afortunada.
— El rayo verde —continuó Emo— es la energía que se
obtiene de una hierba que sólo crece en lo más alto de Kiilimaán, allí donde
más tiempo dura la luz del sol. El que posee el rayo verde posee la montaña. Y
el que posee la montaña tiene el rayo verde.
— Por eso hacéis la guerra —concluyó Teno,
lúgubremente.
— Sí. Si los baaltarios no fueran tan
egoístas y crueles, si quisieran compartir Kiilimaán con las demás tribus, la
vida podría ser maravillosa entre estas montañas. Pero se han convertido en
unos tiranos. Y ya les ha llegado su hora.
— Explícate.
— Ya me habéis visto esta mañana, con mis
amigos pargasianos. Formamos parte de una embajada que ha venido negociando una
nueva alianza con los melorianos. Durante años hemos combatido contra los
altivos baaltarios cada uno por su lado, y también entre nosotros, de una
manera absurda. Pero ahora, al fin, hemos llegado a un pacto. Dentro de siete
días, en la próxima luna nueva, atacaremos juntos el Reino del Sol.
— ¡Hala! —exclamó Furo.
Todos se lanzaron a hablar a la vez, haciendo
preguntas, opinando... Todos menos Audo.
— Y tú, Audo, ¿no tienes ninguna pregunta?
— Sí, tengo una: ¿y tus compañeros de la
Escuela, los otros blancos? ¿Dónde están?
— Bueno. Como ya os he dicho no nos
morimos aquel verano. Parece que la niebla nos protege de los rayos cósmicos y
todo eso. Pero, bueno, han ocurrido cosas... Huda se despeñó cuando chocamos
con la montaña. A lo mejor sobrevivió, pero no volvimos a saber de ella. Los
demás fuimos a parar al Reino del Altiplano, con los pargasianos, como ya os he
explicado. Nos entrenaron para pilotar sus murciélagos más ligeros. Durante
años hemos librado duras batallas contra los baaltarios, que nos habían
traicionado, y también contra los melorianos, que nos odiaban por haber sido
sus enemigos. Siempre salíamos bien librados porque en realidad es muy difícil
abatir a un murciélago. Son extraordinariamente rápidos, y vuelan de una forma
errática que hace casi imposible saber dónde van a estar en el instante
siguiente. Además, llevan protecciones... Hasta que una noche, el rayo verde
mató a Tero. Temeridad de Meridone. Quizá se arriesgó demasiado, lo llevaba escrito
en su nombre. Fue cuando supimos que el
aura ya no nos protegía...
— Pero seguisteis luchando —dijo Vitia.
— ¡Pero seguimos luchando! —afirmó Emo con orgullo.
— Continua, Emo, por favor —le apremió Audo.
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