sábado, 18 de noviembre de 2017

Alia

Aún no era capaz de saber si el robot estaba cerca o lejos. Pero pronto sería capaz de aquello, y de mucho más. Se preguntó cómo avanzaba a su encuentro: ¿flotando en el agua como una medusa, nadando entre dos aguas, como un pez, o deslizándose por el fondo como un pulpo? Tenía que preguntárselo.
Y entonces lo vio, saliendo de entre la espuma, reptando. ¡Había llegado!
Hísteros aficneî!
“¡Llegas tarde!”, le riñó. Su voz era tan fría y no humana que nadie podría reconocerla.
Ara apéktomas hápantas?
“¿Los has matado a todos?” El robot respondió en aquella misma lengua, tan antigua que sólo unos pocos en Antartia podían reconocer.
Heptá leükoi paîdes. Hex küanoî paîdes.
“Siete niños blancos. Seis niños azules”.
¡Buen trabajo! Pero tienes que volver. Hay novedades.

La máquina se elevó en el aire como una cobra. La parte delantera de su cuerpo cimbreó en la oscuridad.






















Han enviado a otra niña. Tienes que ir y acabar con ella también.
Poû teúksomai autes, ho títhre?
“¿Dónde la encontraré, ama?”
La habrán enviado a los cuadrantes 16 y 17. ¡Búscala! Si no la encuentras, espérala aquí, en este punto.
Sacó un mapa de la manga de su túnica y se lo enseñó al robot. Una luz se encendió en la cabeza de la máquina, iluminando el lugar que la figura negra señalaba con su índice.
En cuanto veas su trivehículo, abátelo y regresa. ¿Lo has entendido?
En lugar de responder, como haría un ser humano, el robot se plegó sobre sí mismo y se convirtió en un disco luminoso. En aquel momento una ola le cubrió por completo. Cuando el agua se retiró, la máquina ya no estaba.

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