— Dice Taavaa que podéis comenzar vuestra instrucción
con los murciélagos –-tradujo Emo—. Venid, empezaremos con los nuestros.
Los verdes siguieron a Emo y a los dos hermanos, Audo e Inmo, que
parecían inseparables, hasta la boca de una cueva cercana a la gran plaza
central de Kiileraat. Cuando estaban a punto de entrar en ella un hedor
insoportable les echó para atrás.
— ¿Se ha... muerto algún... murciélago? —preguntó Coro, tapándose la nariz con dos dedos.
— Más vale que os vayáis acostumbrando, niños puros –-rió
Inmo—. Las
casas de los murciélagos siempre gozan de este maravilloso aroma. Pero no os
preocupéis, ellos no huelen tan mal. Lo que apesta son sus heces.
— Yo ya no lo noto casi –-dijo Audo, haciendo
esfuerzos desesperados para soportarlo.
— ¿Qué son sus heces? —preguntó Espia con repugnancia. Sentía las arcadas
que ascendían desde su estómago, cada vez más intensas.
— Sus cacas –-dijo Furo a su lado, y se tiró un pedo.
La niña empezó a correr tras él mientras los demás se desternillaban
de risa. Cuando al fin acabaron de perseguirse, todos penetraron en la gruta.
La luz gris y pálida del exterior entraba por algunos agujeros
laterales de la pared de la cueva, en forma de rayos, iluminando a trechos el
negro suelo, que poco a poco se inclinaba hacia abajo. Al mismo tiempo el techo
se elevaba, de forma que lo que desde el exterior parecía una cavidad pequeña,
dentro se convertía en una gran sala lóbrega de contornos apenas definidos por
la suave penumbra. El aire frío y pestilente del fondo de la caverna circulaba
hacia la entrada llevando en su seno algunos chirridos y otros extraños
sonidos. Cuando al fin sus ojos se acostumbraron a la oscuridad los verdes
contemplaron, colgadas del techo de la cueva, las criaturas de aspecto más
siniestro y terrorífico que habían visto jamás.
Inmo dio unos pasos hacia delante y emitió un grito agudo y
penetrante. Uno de aquellos monstruos voladores extendió perezosamente sus alas
y de pronto, sin un solo ruido, voló hasta el lugar donde aguardaba el hombre,
posándose en tierra ante él.
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