domingo, 31 de diciembre de 2017

La batalla por Kiilimaán

A media tarde comenzaron los preparativos finales. Se ensillaron y embridaron los murciélagos, se cargaron las armas y los guerreros se vistieron para la batalla con sus cascos y armaduras. Todo estaba a punto. En cuanto empezó a oscurecer, mientras los pastores subían las ovejas al poblado como cada noche, los pargasianos, los blancos y los verdes alzaron el vuelo, y diciendo adiós al resto de la tribu se dirigieron hacia Kiileraat. Cuando aterrizaron en la gran plaza central del Reino de las Cumbres la luna llena ya asomaba su brillante cabeza entre las nubes bajas. Todo era bullicio y excitación.
La hora de la batalla había llegado.
Lentamente, como un enjambre de abejas abandonando la colmena, los murciélagos de los aliados melorianos y pargasianos, los rinolofos, los ratones voladores y los molosos llenaron el aire de la noche. Y a una señal descendieron para camuflarse entre la niebla, y partieron a la conquista de la altiva atalaya de Kiilimaán.
Cerca de la montaña, en el collado, los atacantes se dividieron en tres grupos: uno rodeó la pirámide por el sur, para luego ascender por la zona de las murallas, la más expuesta; un segundo grupo igual de numeroso, en el que se encontraban los blancos y los verdes se aproximó en vuelo rasante a la pared norte, la más alta, para caer por detrás de la cima sobre los campos de cultivo, donde debían converger con el primer grupo; y finalmente, un pequeño escuadrón se elevó en el aire para atacar desde lo alto en una maniobra de distracción.



Al principio todo salió como estaba previsto. Mientras se escuchaban los primeros disparos los blancos y los verdes, siguiendo al jefe de su escuadra, salieron desde detrás de los farallones rocosos de la cima y se precipitaron sobre los campos de los baaltarios, mientras los pilotos escudriñaban el aire en busca del rayo verde. ¡Fummm! El fogonazo impactó contra un rinolofo meloriano, desintegrándolo. ¡Pero ahora los atacantes ya sabían dónde estaba el cañón con el que los baaltarios disparaban su mortífera arma!
Los melorianos y los pargasianos aterrizaron, y vociferando y haciendo sonar sus cuernos de guerra, gritando con sus extraños aullidos y silbidos, se lanzaron al asalto, entre el resplandor de las descargas del rayo y los disparos de las armas de los defensores baaltarios.
Vitia posó su murciélago en el suelo y enseguida Inmo saltó a tierra y se abalanzó contra un baaltario que se acercaba blandiendo una lanza. A su lado el rinolofo de Espia dio un par de saltitos torpes mientras el guardián disparaba hacia el cielo contra un interceptor baaltario que caía en picado sobre ellos. A su alrededor todo era confusión y caos. ¡Fuummf! El rayo verde barrio el campo y alcanzó de lleno a un moloso aliado, que se desplomó delante de ellas, fulminado. Si no hubiera sido por él, que había parado el disparo con su cuerpo velludo, Vitia y Espia habrían muerto allí mismo.
¡Vitia! chilló Coro posándose a su lado. ¿Estás bien?

¡No es nada! respondió la niña. ¡Rápido! ¡Cojamos la hierba del rayo verde y larguémonos!


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