lunes, 6 de marzo de 2017

Puerto Escondido














Finalmente divisaron a lo lejos el circo rocoso donde terminaba el cañón del río Escondido. Y allí, como si fuera una hebra de plata enganchada a la pared, vieron maravillados la alta y etérea cascada por la que el río Escondido se despeñaba hacia el mar.

A los pies de la cascada, donde apenas llegaban los rayos del sol, había una ciudad laberíntica y apiñada, hecha de chozas edificadas sobre la escasa tierra disponible, o construidas sobre pilotes en el propio río. Era la Ciudad Baja, el lugar más abigarrado y caótico que habían visto en su vida. Nada, ni los relatos de sus compañeros del curso anterior, les había preparado para la algarabía, la humedad y la mezcla de olores que les recibieron desde mucho antes de atracar en el muelle. Por detrás de los tejados de las casuchas, una calzada excavada en la roca ascendía zigzagueando por la pared hasta alcanzar la cima del acantilado. Allí arriba debía estar la Ciudad Alta, el antiguo Puerto Escondido, que había quedado muy por encima del nivel del mar al irse evaporando el océano. El camino bullía con el trasiego de hombres, bestias y carretas que subían o bajaban al cañón.

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