sábado, 28 de julio de 2018

Bienvenidos al campamento de la ensenada.

Con un gemido de la madera, se abrió una puerta en mitad de la empalizada y la figura de un hombre bajo y robusto, con el cabello largo, se recortó contra la claridad interior del poblado. El hombre abrió los brazos y dirigiéndose a los verdes exclamó:
¡Bune!
Otros dos hombres con el mismo aspecto flanquearon al primero. Se quedaron mirando a los tres niños, que eran tan altos como ellos, y sus miradas se detuvieron en Alia. Al cabo de unos instantes repitieron:
¡Bune! ¡Bune!
Luego los tres hombres retrocedieron franqueando el paso a los niños. Alia miró a Teno y luego a Furo y después, decidida, entró en el fuerte. Los niños la siguieron. La puerta se cerró tras ellos.
Bune. Bune. Bune.


Por todas partes aparecieron otros habitantes del poblado y se unieron a los tres primeros, rodeando a los verdes. “Bune”, “bune”, repetían todos con los brazos extendidos y las palmas de las manos abiertas, en lo que sin duda era un saludo de bienvenida. Ninguno de ellos parecía ir armado. Los recién llegados y sus anfitriones se observaron mutuamente con curiosidad. La diferencia de complexión entre los chicos y los habitantes del poblado era muy obvia: éstos eran claramente más anchos y robustos. Otra característica que los hacía distintos era la indumentaria: la desnudez de Teno, Furo y Alia contrastaba con los gruesos abrigos de piel que cubrían a los del poblado. Finalmente, todos aquellos moradores de los confines del norte, aquellos hiperbóreos, tenían largos cabellos que les caían sobre los hombros, como los niños.
Alia se adelantó e hizo las presentaciones:
Alia dijo, cambiando el arco a su mano izquierda y poniendo su mano derecha sobre su pecho. Teno dijo luego señalando al niño. Y Furo y señaló al otro.
Bune. Bune repitieron sus anfitriones.
¿Es que no saben decir nada más? susurró Furo.
¡Calla, Furo! musitó Alia sin volver la cabeza.
Kotenai dijo uno de los tres que les había dado la bienvenida habló, cogiendo por ambas muñecas al que les había abierto la puerta.     
El aludido cogió a su vez las muñecas del que le acababa de presentar y dijo:
Bruni.
Kotenai, Bruni repitió la niña, señalando primero al hombre que se mantenía en el centro del grupo y después al otro.
El hombre dio un paso atrás y a un lado, invitando a los niños a seguir avanzando hacia el interior del poblado. Los que estaban más cerca se apartaron también.

Ayín. Bune. Ayín dijo.


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