Cada día La Madre —o Las Madres, si había más de una—, comía con otras mujeres que acababan de quedarse
embarazadas y que se convertirían en Madres al cabo de unos meses. Aquellas comidas
eran un ritual vedado al resto de los habitantes del poblado, porque en
ocasiones La Madre entraba en trance y se trasladaba al tiempo de los sueños.
— ¡Ate! ¡Pelose! ¡Koyuse! ¡Acercaos! ¡Niños desnudos!
¡Niños del sur! —les llamó La Madre—. Sentaos y comed con
nosotras.
Alia, Teno y Furo se sentaron sobre una alfombra de piel, frente a La
Madre y a otras dos mujeres, que se presentaron la una a la otra como Ramak y
Endán. En una mesa baja habían dispuesto algunas frutas, pan y mucho pescado
asado. También había almejas y cangrejos.
— Creo que probaré un poco de pescado esta vez —dijo Furo mirando la comida.
— ¡Furo! —exclamó Alia, horrorizada—. ¡Cómo puedes?
— Tengo mucha hambre —se excusó el chico— y esto tiene buena pinta. Si estos bune se lo comen
nosotros deberíamos hacerlo también. Si vamos a quedarnos a vivir aquí...
Y sin esperar más cogió un trozo pequeño y le dio un bocado.
— ¡Huim! —se relamió—. Hacía tiempo que no comía nada tan bueno. Bueno,
bune —dijo a
las mujeres con una amplia sonrisa. La Madre y las otras dos mujeres se rieron.
— Furo, eres único —dijo Teno, cogiendo un trozo de pan.
— Soy un niño y tengo que alimentarme para crecer.
Miraos, os estáis quedando en los huesos —hizo unos gestos ostentosos y las mujeres rieron con
ganas. Desde las cabañas vecinas, algunos bune les observaban divertidos—. Muy pronto me imitaréis.
Cuando acabaron de comer La Madre se levantó y entró en la gran
cabaña. A una señal suya los niños la siguieron. Dentro, La Madre avivó las
brasas que ardían en el centro de la cabaña y el humo ascendió hasta escapar
por el agujero del techo. Después se tumbó de espaldas sobre una estera mullida
al lado del fuego. Enseguida entraron las otras dos embarazadas que habían
comido con ellos y les indicaron que se sentaran. La Madre había cerrado los
ojos y al cabo de unos minutos empezó a murmurar. Sus párpados se movían sobre
los ojos sin que se abrieran nunca del todo. Toda la cabaña estaba en penumbra,
iluminada tan solo por la luz de las llamas y el débil resplandor que penetraba
por el agujero del techo.
— Podéis preguntar cualquier cosa que queráis saber —dijo una de las mujeres con un susurro—. La Madre vive ahora en el tiempo de los sueños.
Los tres chicos se miraron. Furo fue a decir algo, pero antes de abrir
la boca recibió un codazo de Teno.
— Madre
—dijo Alia—, queremos saber si... ¿Cuándo iremos a las
estrellas? ¿Cuándo dejaremos la Tierra para viajar a las estrellas?
La Madre, sumida en su trance, cruzó las manos sobre su pecho y se
irguió con asombrosa facilidad. Ante la mirada atónita de los verdes se puso de
pie sin esfuerzo y se elevó en el aire, flotando unos palmos por encima del
suelo, mientras una leve aureola luminosa la envolvía, dibujando su cuerpo
contra el fondo oscuro de la cabaña. Entonces dijo:
— El Sol es nuestro padre
y la Tierra es nuestra madre.
Su voz sonaba vibrante, profunda.
— Al principio, el Cosmos
otorgó al Sol los tres poderes: el poder del fuego, el poder del espíritu y el
poder de la muerte. El Sol utilizó en primer lugar el poder del fuego y con él
creó la Tierra, la Luna y los planetas. Después utilizó el segundo de sus
poderes, el espíritu, y lo partió en dos: conservó en su seno la mitad
masculina del espíritu, el mo, y envió a los planetas que lo rodeaban el ma, la
mitad femenina del espíritu. El ma cayó en el tercer planeta, y allí engendró
el aire y el agua, que junto con la tierra y el fuego engendran la vida. El Sol
fue así el padre de la vida y la Tierra la madre de la vida.
Suspiró y siguió flotando en el aire. Su voz se tornó más oscura.
— Ahora el Sol ha decidido
usar al fin el tercero de sus poderes: la muerte. El poder de la muerte es el
poder del cambio. El Sol morirá y la Tierra morirá. Pero el fuego, el espíritu
y la muerte regresarán al Cosmos, para que el Cosmos los entregue a otro padre
y el ciclo comience de nuevo. Los seres humanos, que somos hijos del Sol y de
la Tierra, también gozamos de los tres poderes del Cosmos. Cuando nuestro padre
y nuestra madre viajen al seno del Cosmos, nosotros y nuestros antepasados
viajaremos con ellos de la mano.
De repente se agitó. Las otras mujeres, que permanecían sentadas en el
suelo junto a los verdes se levantaron rápidamente, prestas a acudir en su
ayuda. La Madre abrió los ojos, mirando por encima de los rostros expectantes de
los niños puros y gritó:
— ¡Oh! ¡Los koyuse y los hombres viajarán juntos a
las estrellas!
Luego, como un globo que se desinfla, cayó al suelo. Las mujeres la
sostuvieron para que no se hiciera daño y la acostaron de nuevo en su lecho,
donde continuó durmiendo.
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