viernes, 24 de agosto de 2018

Preguntando a La Madre

Cada día La Madre o Las Madres, si había más de una, comía con otras mujeres que acababan de quedarse embarazadas y que se convertirían en Madres al cabo de unos meses. Aquellas comidas eran un ritual vedado al resto de los habitantes del poblado, porque en ocasiones La Madre entraba en trance y se trasladaba al tiempo de los sueños.
¡Ate! ¡Pelose! ¡Koyuse! ¡Acercaos! ¡Niños desnudos! ¡Niños del sur! les llamó La Madre. Sentaos y comed con nosotras.
Alia, Teno y Furo se sentaron sobre una alfombra de piel, frente a La Madre y a otras dos mujeres, que se presentaron la una a la otra como Ramak y Endán. En una mesa baja habían dispuesto algunas frutas, pan y mucho pescado asado. También había almejas y cangrejos.
Creo que probaré un poco de pescado esta vez dijo Furo mirando la comida.
¡Furo! exclamó Alia, horrorizada. ¡Cómo puedes?
Tengo mucha hambre se excusó el chico y esto tiene buena pinta. Si estos bune se lo comen nosotros deberíamos hacerlo también. Si vamos a quedarnos a vivir aquí...
Y sin esperar más cogió un trozo pequeño y le dio un bocado.
¡Huim! se relamió. Hacía tiempo que no comía nada tan bueno. Bueno, bune dijo a las mujeres con una amplia sonrisa. La Madre y las otras dos mujeres se rieron.
Furo, eres único dijo Teno, cogiendo un trozo de pan.
Soy un niño y tengo que alimentarme para crecer. Miraos, os estáis quedando en los huesos hizo unos gestos ostentosos y las mujeres rieron con ganas. Desde las cabañas vecinas, algunos bune les observaban divertidos. Muy pronto me imitaréis.
Cuando acabaron de comer La Madre se levantó y entró en la gran cabaña. A una señal suya los niños la siguieron. Dentro, La Madre avivó las brasas que ardían en el centro de la cabaña y el humo ascendió hasta escapar por el agujero del techo. Después se tumbó de espaldas sobre una estera mullida al lado del fuego. Enseguida entraron las otras dos embarazadas que habían comido con ellos y les indicaron que se sentaran. La Madre había cerrado los ojos y al cabo de unos minutos empezó a murmurar. Sus párpados se movían sobre los ojos sin que se abrieran nunca del todo. Toda la cabaña estaba en penumbra, iluminada tan solo por la luz de las llamas y el débil resplandor que penetraba por el agujero del techo.
Podéis preguntar cualquier cosa que queráis saber dijo una de las mujeres con un susurro. La Madre vive ahora en el tiempo de los sueños.
Los tres chicos se miraron. Furo fue a decir algo, pero antes de abrir la boca recibió un codazo de Teno.

Madre dijo Alia, queremos saber si... ¿Cuándo iremos a las estrellas? ¿Cuándo dejaremos la Tierra para viajar a las estrellas?

La Madre, sumida en su trance, cruzó las manos sobre su pecho y se irguió con asombrosa facilidad. Ante la mirada atónita de los verdes se puso de pie sin esfuerzo y se elevó en el aire, flotando unos palmos por encima del suelo, mientras una leve aureola luminosa la envolvía, dibujando su cuerpo contra el fondo oscuro de la cabaña. Entonces dijo:
El Sol es nuestro padre y la Tierra es nuestra madre.
Su voz sonaba vibrante, profunda.
Al principio, el Cosmos otorgó al Sol los tres poderes: el poder del fuego, el poder del espíritu y el poder de la muerte. El Sol utilizó en primer lugar el poder del fuego y con él creó la Tierra, la Luna y los planetas. Después utilizó el segundo de sus poderes, el espíritu, y lo partió en dos: conservó en su seno la mitad masculina del espíritu, el mo, y envió a los planetas que lo rodeaban el ma, la mitad femenina del espíritu. El ma cayó en el tercer planeta, y allí engendró el aire y el agua, que junto con la tierra y el fuego engendran la vida. El Sol fue así el padre de la vida y la Tierra la madre de la vida.
Suspiró y siguió flotando en el aire. Su voz se tornó más oscura.
Ahora el Sol ha decidido usar al fin el tercero de sus poderes: la muerte. El poder de la muerte es el poder del cambio. El Sol morirá y la Tierra morirá. Pero el fuego, el espíritu y la muerte regresarán al Cosmos, para que el Cosmos los entregue a otro padre y el ciclo comience de nuevo. Los seres humanos, que somos hijos del Sol y de la Tierra, también gozamos de los tres poderes del Cosmos. Cuando nuestro padre y nuestra madre viajen al seno del Cosmos, nosotros y nuestros antepasados viajaremos con ellos de la mano.
De repente se agitó. Las otras mujeres, que permanecían sentadas en el suelo junto a los verdes se levantaron rápidamente, prestas a acudir en su ayuda. La Madre abrió los ojos, mirando por encima de los rostros expectantes de los niños puros y gritó:
¡Oh! ¡Los koyuse y los hombres viajarán juntos a las estrellas!
Luego, como un globo que se desinfla, cayó al suelo. Las mujeres la sostuvieron para que no se hiciera daño y la acostaron de nuevo en su lecho, donde continuó durmiendo.

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