viernes, 21 de septiembre de 2018

La cacería

Teno contempló de nuevo el gran valle, fascinado por el poder de la vida en aquel pequeño planeta que pronto se convertiría en uno más de los incontables mundos desolados y vacíos del Universo. Por eso aún podía entender menos que alguien quisiera acabar con tanta belleza, que alguien quisiera matar ni al más diminuto de sus seres vivos. Recorrió con la vista toda la extensión de aquel valle moldeado por el hielo de épocas pretéritas, y se asombró de nuevo ante la cantidad y la variedad de los animales que formaban la gran manada.
¡Cómo me gustaría estar allí, con los cazadores! susurró Bruni.
Lentamente, la gran manada inició la marcha. El coro de mugidos y bramidos arreció, anunciando el principio del gran viaje.
¿De verdad te gustaría estar allí, matando, abriendo las entrañas de esos animales indefensos, haciendo brotar su sangre con tus armas?
El explorador se volvió hacia Teno. Había perplejidad en su mirada, porque el niño había hablado en antartio y Bruni no había entendido nada. Pero había captado la hostilidad del chico.
Digo que... ¿por qué gusta matar, a bune?...
Escucha, pelose, sé lo que pensáis los de tu raza. Pero nosotros amamos a los animales. Los veneramos. Nunca tiramos la carne de un animal ni la desperdiciamos, porque ellos mueren para que nosotros podamos vivir. Nosotros somos como los tigres y los amficiones.
De pronto, por encima del fragor de la manada en movimiento se escuchó el sonido agudo de un cuerno de caza. Era la señal. Todos los bune, que habían permanecido agazapados en el borde de la ladera, se levantaron rápidamente. La excitación llenaba el aire.
¡Su vida es sagrada y su muerte es sagrada! exclamó Bruni. Cogió el carbón encendido que guardaba y prendió una antorcha. Los demás le imitaron.
La gran manada había detenido su marcha, sorprendida por el sonido artificial del cuerno. Con un aullido, el explorador se lanzó corriendo ladera abajo y el resto de la tribu le siguió, agitando sus teas encendidas, que despedían un espeso humo negro.
Los animales más próximos, asustados por el griterío y la visión del fuego, huyeron despavoridos, gritando de terror. La estampida había comenzado.

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